Que hablen los jóvenes.- Fuentes

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El presidente de la FIL resalta la labor del escritor mexicano como impulsor de las nuevas generaciones

Por Raúl Padilla López*
 
(18-May-2012).- Conocí a Carlos Fuentes en el otoño de 1992. Él regresaba recién a la Ciudad de México después de su estancia semestral en Londres. Como era su costumbre, con Silvia organizó en su casa de San Jerónimo una cena para reunirse con sus amigos radicados en México, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, José Emilio y Cristina Pacheco, Carlos Monsiváis, Julio Ortega y una veintena más. Fui invitado, y yo era entonces rector de la Universidad de Guadalajara; quería proponerle a Fuentes que encabezara un coloquio sobre literatura latinoamericana en la Universidad.
 
Desde ese primer encuentro, me sorprendió y maravilló la férrea voluntad de futuro de Carlos Fuentes: "Sí" -me dijo- "hablemos de literatura, pero sobre las nuevas generaciones. Las nuevas corrientes, que son las que están moviendo todo, y que hay tantas. Tienen que estar los jóvenes". Entre los escritores que acudieron a ese encuentro estuvieron Juan Villoro, Senel Paz, César Aira, Carmen Boullosa, Daniel Sada, Héctor Manjarrez. Esa impronta de Fuentes, esa conciencia de que la literatura es una fuerza que se extiende hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, fue para mí uno de sus rasgos más fascinantes.
 
Él se sabía puente entre el pasado y el futuro. Yo lo conocí en sus libros siendo aún muy joven, en los años sesenta. Para mi generación La muerte de Artemio Cruz y Aura fueron textos fundamentales, pero lo más fascinante que tenían era que no sólo nos interpelaban a nosotros, sino también a nuestros mayores. A lo largo de los años tuve el privilegio además de atestiguar cómo la obra de Fuentes habla, con extraordinaria resonancia, a las generaciones siguientes.
 
Con Cortázar, con García Márquez, con Vargas Llosa, Fuentes era el boom. Pero fue la obra de Fuentes, su ideario, su forma de ser un intelectual público y al mismo tiempo un hombre que primordialmente estaba comprometido con la literatura la que alimentó a las generaciones que les seguían.
 
"Que hablen los jóvenes", me dijo cuando nos conocimos, y fue una conversación que mantuvimos toda su vida. Su pasión por vincular la literatura, su curiosidad intelectual, sus ganas de saber qué escribían quienes seguían no menguó jamás. Entre muchos gestos que tuvo y que afirmaron esta voluntad, me resulta particularmente significativo recordar cuando, en 2004, presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a las nuevas voces que tomaban la estafeta, a Cristina Rivera Garza y Xavier Velasco, a la llamada nueva generación del crack: Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou y Jorge Volpi. El entusiasmo lo desbordaba.
 
Un año después de conocerlo, en diciembre de 1993, recibí una llamada suya cuando el gobierno mexicano lo reconoció, junto a Gabriel García Márquez
 
y otros cuarenta intelectuales, como creadores eméritos, distinción dotada de sendas becas vitalicias. "Raúl, queremos hacer algo con la Universidad Gabriel y yo", me dijo: "El gobierno mexicano nos está dando un reconocimiento con esto, y, la verdad, ni queremos recibirlo ni queremos rechazarlo". Surgió así la Cátedra Latinoamericana "Julio Cortázar", auspiciada por ellos y bautizada con el nombre del precursor de su generación literaria, como un espacio para que fluyeran las ideas, espacio en donde tuve el privilegio de trabajar con él para atraer a las más brillantes mentes de nuestra época, creando un vínculo de México con el mundo.
 
La Cátedra "Julio Cortázar" es uno de los legados más trascendentes que hiciera Carlos Fuentes junto con Gabriel García Márquez a la Universidad de Guadalajara, y desde su creación hasta el día de hoy han sustentado la cátedra 109 intelectuales y creadores. Las conferencias y cursos realizados en su seno conforman un acervo de conocimiento inconmensurable.
 
Esa claridad, ese impulso al futuro de Fuentes le permitió ser, sin pretensión, pero también sin falsa modestia, la conciencia crítica de nuestra nación. Él dijo siempre que era un mexicano por opción. Su niñez en múltiples países latinoamericanos y su vida, transcurrida en todas las ciudades posibles, lo hacían un ciudadano del mundo. Por ese mundo llevó a nuestro país, junto con él, en sus ideas, en su voz que desde cualquier lugar podía levantarse y abordar los temas cruciales para nuestro futuro como mexicanos, para armar nuestra identidad. México fue la materia de sus ficciones. Nada le era ajeno, opinaba con rigor y consistencia. Su compromiso fue con la verdad, y su discurso, siempre coherente y libre. Su palabra siempre será respetada.
 
Su lucidez, generosidad e implacable apuesta por el diálogo en todas las circunstancias forjaron su personaje público, su vocación de faro intelectual, de referente indispensable. Son las señas que marcaron todos sus actos, sus discursos, sus novelas, sus ensayos, en donde nos reflejamos en un espejo riguroso. Recién el lunes se manifestaba, en el diario El País, inquieto por el futuro de este México, en donde el debate político no alcanza a incluir las grandes ideas, las necesarias ideas. Su voz nos hará falta; se va en un momento crucial.
 
Pero queda su legado, indispensable para los jóvenes, encargados ahora de construir, a partir de sus enseñanzas e ideas, el México que Fuentes tanto anhelaba.
 
*El autor es presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) y coordinador general de la Cátedra Latinoamericana "Julio Cortázar".